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¿No se corre el riesgo de celebrarla como si fuera una «diosa»?

En efecto, dentro del año litúrgico, encontramos una representación diversa y multiforme de lo que es el punto central de nuestra fe: el misterio de Cristo. Son aún actuales las palabras del papa Pío XII en su encíclica, la Mediator Dei: “El año litúrgico… es Cristo mismo, que vive siempre en su Iglesia y que prosigue el camino de inmensa misericordia, iniciado por él” con la Encarnación.

Profundamente anclado en la historia de la salvación, el año litúrgico, con el ritmo de sus fiestas, nos permite hacer memoria de los acontecimientos salvadores una y otra vez, rememorando cada domingo la Gran Pascua y el triduo santo.

Al principio, la comunidad cristiana se centraba en torno a la Pascua. Con el tempo, la celebración ya no se limitó al misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Así aparecen primero la memoria de los mártires, sobre todo en los lugares donde habían derramado su sangre. En un segundo momento se difunde la devoción a la Madre del Señor, sobre todo tras la clausura del tercer concilio ecuménico (Efeso, 431).

Proclamada Madre de Dios, María recibe un culto cada vez mayor, tanto en Oriente como en Occidente, uniendo su memoria al ciclo de Navidad. El carmelita Jesús Castellano afirma que “en todas las liturgias orientales y occidentales se nota una auténtica explosión de culto mariano”.

Desde la Edad Media en adelante se observa una intervención eclesial en el año litúrgico para “reordenar” las fiestas, simplificándolas, y en el caso de las fiestas de la Virgen, poniéndolas en relación al misterio de su Hijo. La reforma litúrgica llevada a cabo por el Vaticano II hizo exactamente esto, para subrayar que el culto debido a María no tiene sentido si no es en relación a su Hijo.

El problema no ha sido la cantidad de fiestas de la Virgen, sino la falta de un auténtico fundamento bíblico y teológico. La grandeza de María, en cambio, consiste en su papel singular en el misterio de Cristo, según el testimonio de la Escritura. En resumen, María, de manera singular, comparte con la humanidad el don de haber sido salvada por la gracia de Dios: la salvación ella la obtuvo precisamente de ese Hijo que tuvo en la carne y que la llamó así a ser partícipe de su obra de salvación.

Por tanto, las celebraciones marianas se realizan durante el año siempre en relación a Cristo; como dijo la Sacrosanctum Concilium, la Iglesia admira y exalta en María el fruto más excelso de la redención de su Hijo, y celebra en María lo que la propia Iglesia está llamada a ser. (cfr. CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum concilium, 103).

Respuesta ofrecida por Valerio Mauro, profesor de Teología sacramental en la Facultad teológica de Italia central, publicada en Toscana Oggi.

Aleteia

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