Denles ustedes de comer (cfr. Mt 14, 13-21)
XVIII Domingo Ordinario ciclo A.
de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM.
Todos necesitamos comer para vivir. Pero además, como afirma el Papa Francisco, tenemos “hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad”[1]. Es decir, tenemos hambre de ser felices para siempre. Sin embargo, a veces gastamos demasiado tiempo y recursos en lo que sólo nos da una alegría insuficiente y pasajera. Por eso, Dios, que es bueno y cariñoso con todas sus criaturas[2], nos dice: “¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta? Vengan a mí: escúchenme y vivirán”[3].
Él se acerca a nosotros en Jesús, Palabra que sacia nuestra hambre de compañía, de sentido y de esperanza, haciendo nuestra vida plena y eterna[4]. ¡Por eso el domingo corremos a su encuentro! En la celebración eucarística, la Iglesia cumple el mandato que el Señor dio a los Apóstoles: “Denles ustedes de comer”. Ahí recibimos “la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana”[5].
A través de su Palabra y del sacramento de su Cuerpo y de su sangre, Jesús nos une a sí mismo, al Padre, al Espíritu Santo y a toda la Iglesia; nos muestra el camino que conduce a la felicidad y nos da la fuerza de su amor para recorrerlo, amándolo, amándonos a nosotros mismos y amando a los demás.
Por eso, frente al cónyuge hambriento de fidelidad, a los hijos hambrientos de buen ejemplo, a los papás hambrientos de comprensión, a los hermanos hambrientos de cariño, a los abuelos hambrientos de atención, a la novia, a los amigos, a los compañeros de estudio o de trabajo hambrientos de respeto, Jesús nos pide: “Denles de comer”.
También nos lo dice mirando a la multitud, cada vez más grande, hambrienta de casa, alimento, servicios de salud, respeto, justicia, educación, trabajo, participación, compañía, comprensión, fe, esperanza y amor. Y aunque quizá nuestros recursos sean escasos y las circunstancias sean difíciles, debemos unir esfuerzos y hacer lo que podamos, conscientes de que nada nos podrá apartar del amor de Cristo[6]. Él nos enseña que el camino del auténtico progreso y de una vida plena y eterna es el amor.
“¿Cómo podríamos vivir sin Él?”[7], exclamaba san Ignacio de Antioquia ¡No perdamos el tiempo ni gastemos nuestra vida en lo que no puede llenarnos ni construir un mundo mejor! Participar en Misa los domingos y fiestas de guardar, “no es un deber impuesto desde afuera… sino una necesidad”[8]. Ahí saciaremos de verdad nuestra hambre y encontraremos la forma concreta de hacer equipo para saciar el hambre de los demás.