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La ambición no permite abrir las puertas a los demás

de Enrique Díaz Díaz.
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas.
CEM.

Ezequiel  36, 23-28: “Les daré un corazón nuevo y les infundiré mi espíritu nuevo”, Salmo 50: “Crea en mí, Señor, un corazón puro”, San Mateo 22, 1-14: “Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren”

¿Te puedes imaginar una mesa donde todos puedan participar? ¿Te imaginas un mundo donde todos puedan tener lo necesario para vivir, para educarse, para sostener su salud? Nuevamente una parábola y nuevamente una mesa de fiesta. Son los temas preferidos por Jesús para darnos a conocer la naturaleza de la salvación. Una invitación abierta que puede aceptarse o rechazarse, pero que trae consecuencias de muerte y autoexclusión.
La fiesta es para todos, ahí están llamados en primer lugar los amigos del novio… pero hay quienes con diferentes pretextos prefieren sus intereses personales a una mesa común. Nada extraño en tiempos de Jesús, muchos menos extraño en nuestros tiempos. Es difícil compartir la mesa con los demás. La discriminación, la ambición, los intereses de grupo, la búsqueda de beneficios propios, no permiten abrir los ojos ni las puertas a los demás y se prefiere comer el pan en soledad. Los invitados se niegan a participar del banquete de la vida y hasta se atreven a agredir a quienes los están invitando. Es cerrarse ante la posibilidad de compartir y sentirse ofendido por una invitación a tener una mesa común. No es raro en estos tiempos, donde la ambición ha creado guetos de poder que excluyen a los demás y los sienten como sus enemigos. No son raros los espacios exclusivos para gente importante, las barreras que delimitan las clases sociales, los eventos solamente para unos cuantos.
El Señor abre la invitación a todas las gentes, especialmente a los más necesitados. Y todos se sienten con derecho a participar. Quizás nos llame la atención el reclamo a quien no lleva el vestido de fiesta ¿por qué rechazarlo si la invitación ha sido tan abierta? Quizás la interpretación se refiera no tanto un vestido, sino una disposición.
Quien no está dispuesto a participar en común, quien está mirando egoístamente, quien busca su propio beneficio, no está preparado para la mesa común. Cada uno de nosotros hoy estamos llamados, escuchemos la voz del que prepara el banquete, pongámonos el vestido de la fraternidad y participemos con todos los hermanos del banquete de la vida.

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