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Asunción de la Santísima Virgen María

de Enrique Díaz Díaz.
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas.
CEM.

Apocalipsis 11,19; 12, 1-6.10: “Una mujer envuelta por el sol, con la luna bajo sus pies” Salmo 44: “De pie, a tu derecha está la Reina” I Corintios 15, 20-27: “Resucitó primero Cristo, como primicia; después los que son de Cristo” San Lucas 1, 39-56: “Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Exaltó a los humildes”

Hoy celebramos una fiesta especial: la Asunción de la Virgen María. No es un misterio que esté narrado en ningún evangelio, sino una tradición largamente guardada en la conciencia del pueblo que se hizo “oficial”, hace apenas unos sesenta años. Muchas generaciones han visto, con justificada razón, en la imagen de la mujer del Apocalipsis una imagen de María: la pequeña que en manos del Todopoderoso, dio a luz al que sería el salvador del mundo. Estas mismas imágenes nos llevan a descubrir las nuevas cabezas que tiene el mal, denunciar sus cuernos de poder, pero también a fortalecer nuestra esperanza en el triunfo, no personal ni individualista, sino uniéndonos a Jesús resucitado. Así María se convierte para cada uno de nosotros en una fuerza que nos alienta en la lucha contra toda clase de mal y que nos llena de confianza sabiendo en quién hemos puesto toda nuestra confianza.

El bello cántico que San Lucas pone en sus labios refleja toda la actitud del discípulo que busca seguir el camino de la salvación. Se sabe pequeña pero en manos de “El que todo lo puede”, se sabe humillada y servidora pero portadora de vida; se sabe con dolor pero con una alegría que hace que su espíritu se llene de gozo y que su alma glorifique al Señor. Así también nosotros, sus hijos, queremos parecernos a María. Nos reconocemos pecadores y sumergidos en un mar borrascoso, pero con una estrella que nos guía hasta Jesús. No sucumbimos a las pruebas y a la tormenta, porque tenemos nuestra ayuda en Dios y Él es nuestro auxilio. Igual que María, nuestra esperanza la tenemos puesta en la presencia del Señor en medio de su pueblo. Pero igual que María tendremos que proclamarnos servidores, pequeños y acoger en nuestro corazón la fuerza de su Palabra.

Es cierto que hay graves dificultades, al igual que en las primeras comunidades, pero hoy María anima nuestra esperanza y nuestro compromiso para transformar este mundo, para convertirlo en el deseo de Jesús: un lugar de fraternidad, donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios. Que hoy María, al despertar en nosotros el deseo de la alabanza y la acción de gracias, nos conceda descubrir la presencia de Dios en medio de nosotros y mirar con nuevos ojos la realidad que estamos viviendo. Si sabemos a dónde vamos no podemos perder el rumbo. Con María, en su Asunción, se despierta nuestra esperanza.

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