Saltar al contenido

Entregarle a Dios a los hijos con gran fe, amor y desprendimiento, se trata de seguir la voluntad de Dios…

El que a un padre o a una madre le duela en el alma la partida de un hijo que decide consagrase a Dios, me parece lo más normal del mundo. A cualquiera le cuesta desprenderse de un hijo a quien ama. Sin embargo, la oposición rotunda de los padres a la vocación religiosa o sacerdotal de su hijo o hija, me parece algo tristísimo. Porque es señal de que esos padres padecen una miopía avanzada ante el don maravilloso de Dios que es toda vocación. Dios escoge lo mejor de su cosecha, y el que un padre llegue a usar la fuerza y la coacción física para impedir que uno de sus hijos siga el llamado de Dios, me parece ya demasiado. Creo que es un verdadero atropello, manifestación de un egoísmo sobresaliente y, a la vez, una ceguera total para las cosas de Dios, de verdad preocupante.

Voy a decir algo fuerte. Pero que juzgo verdad. Ningún padre o madre tiene derecho alguno de oposición sobre su hijo cuando lo que está de por medio es el querer infinito y los intereses de Dios sobre él. Porque de eso se trata en la vocación: de seguir la voluntad de Dios. Y si Dios llama a un hijo, ningún padre o madre puede arrogarse el derecho de rechazar, obstaculizar o impedir el cumplimiento de su santísima voluntad por parte del propio hijo. Ninguno. Porque nadie está por encima de Dios y su voluntad.

Además, yo me pregunto si el padre o la madre que rechaza y combate la vocación del hijo, se da cuenta del dolor, de la aflicción, del tormento que puede estar causando en el alma de aquel por su obstinada actitud. No, yo creo que muchas veces no se dan cuenta. No se fijan más que en sí mismos y sus intereses egoístas. Y ni se imaginan siquiera la pesadumbre interior del hijo que, tratando de hacer la voluntad de Dios(que ya es de suyo muchas veces difícil y hasta heroico), tiene que cargar además con el peso y la amargura de la incomprensión y resistencia de sus mismos padres. Con el desconocimiento y rechazo de qué es su vocación. No es justo, ni cristiano, ni humano. Y también aquí tengo que decir clara otra verdad: ningún padre, ni ninguna madre, tiene derecho de causar ese sufrimiento al propio hijo.

Menos mal que, por el contrario, hay otros padres y madres (muchos gracias a Dios) que ante el don de una o más vocaciones entre su prole, sin dejar de sentir el dolor de entregarle a Dios alguno de sus hijos, lo hacen con gran fe, amor y desprendimiento. Y aunque con el corazón sangrando y lágrimas en los ojos le devuelven a Dios lo que Él les dio antes y ahora reclama para sí; y lo dejan partir, disimulando con una sonrisa sincera lo que sienten por dentro.

¡Qué hermoso el testimonio de tantos padres de familia que aceptan, agradecen, apoyan y sostienen con sus oraciones y sacrificios la vocación de alguno de sus hijos! Sepan, todos ellos, que a ese hijo le tocó la mejor parte, que así están agradando a Dios, mereciendo ante Él, dando fecundidad al propio sufrimiento y soledad. Y, además, están haciendo más llevadero y feliz, para el propio hijo, el seguimiento del Señor, que tantas alegrías y satisfacciones traerá consigo para él y para ustedes también.

Catholic.net

Compartir:

Escribe tus comentarios