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Homilía: "Mujer, ¡qué grande es tu fe!" (cfr. Mt 15, 21-28) – XX Domingo Ordinario, Ciclo A

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía .
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM .

En cierta ocasión una persona, preguntándome si conocía la diferencia entre un perro y un gato, me explicó que el perro, al mirar como su amo lo cuida, piensa: “este me alimenta y me procura ¡debe ser dios! En cambio, el gato piensa: “este me alimenta y me procura ¡Seguramente soy dios!”. Esto puede aplicársele a aquellas gente que se siente merecedora de todo, con derecho incluso de exigirle a Dios que haga inmediatamente lo que le pide.
Sin embargo, todo lo que somos y poseemos viene de su amor gratuito y generoso. Él nos ha llamado a la existencia, poniéndonos por encima de las demás criaturas. Él nos ha rescatado, tras la caída del pecado original, entregándonos a su propio Hijo, por el cual nos ha comunicado su Espíritu Santo y nos ha convocado en su Iglesia, para que podamos ser hijos suyos, partícipes de su vida plena y eterna. “Deberías estar agradecido por el honor que se te ha concedido” [1], aconseja san Basilio.
Esto es lo que podemos aprender de la mujer cananea, quien, aunque Jesús no atendió a sus insistentes peticiones para que sanara a su hija, reconociendo que no tenía derecho a exigir nada, exclamó con humildad: “Señor, también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. De esta manera, como explica san Juan Crisóstomo, “esta mujer no le pidió más que misericordia”[2]. Entonces, el Señor exclamó: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas” (Mt 15, 21-28).
Ella representa a los pueblos no judíos que “eran rebeldes contra Dios, y ahora han alcanzado su misericordia”[3]. ¡Así el Señor los ha llenado de alegría[4]! Porque “Cristo es el cumplimiento del anhelo de todas las religiones del mundo y… su única y definitiva culminación”[5]. ¡Qué gran regalo se nos ha concedido! Un don que debemos compartir.

“Quien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida –señala el Papa Francisco– ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”[6]. “¿Con qué cara te atreves a pedir, si tú te resistes a dar?” –comenta san Cesáreo. Y afirma: “Quien desee alcanzar misericordia en el cielo debe practicarla en este mundo”[7].

Aprendamos de la mujer cananea a confiar en la misericordia de Dios y a implorarla con humildad y perseverancia, aún en las pruebas más difíciles de la vida. Y como Jesús, seamos misericordiosos con los que nos rodean, empezando en casa, la escuela, el trabajo y la gente más necesitada. Así, contribuyendo a un desarrollo integral del que nadie quede excluido, nuestra vida será plena en esta tierra y eternamente feliz en el cielo.


[1] Homilía 3, Sobre la caridad, 6.
[2] Homiliae in Matthaeum, hom. 52,1.
[3] Cfr. 2ª Lectura: Rm 11,13-15.29-32.
[4] Cfr. 1ª Lectura: Is 56,1.6-7.
[5] JUAN PABLO II, Tertio Millennio Adveniente, 6.
[6] Ibíd., 9.

[7] Sermón 25.

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