Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Hoy celebramos la Fiesta del Apóstol Santiago, “hijo de Zebedeo” (cfr. Mc 3, 17-18; Mt 10, 2-3). Se le conoce con el apelativo de el Mayor, para distinguirlo del otro Apóstol llamado también Santiago, por la importancia que recibe en los escritos del Nuevo Testamento (cfr. Lc 6, 14).
![Santiago Apóstol, testigo de Cristo de Eugenio Andrés Lira Rugarcía Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM](http://www.cem.org.mx/i/uploads/slide_2_1406304091.jpg)
Juntamente con Pedro y Juan, pertenece al grupo de los tres discípulos privilegiados que fueron admitidos por Jesús a los momentos más importantes de su vida: la Transfiguración y su oración en el huerto de Getsemaní. En la Transfiguración, Santiago, con los otros dos Apóstoles, experimenta la gloria del Señor; en Getsemaní ve cómo el Hijo de Dios se humilla por amor haciéndose obediente hasta la muerte.
“Ciertamente –como señala Benedicto XVI-, la segunda experiencia constituyó para él una ocasión de maduración en la fe: tuvo que vislumbrar que la gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, participando en nuestros sufrimientos” Audiencia 21 junio 2006).
Esta maduración de la fe fue llevada a plenitud por el Espíritu Santo en Pentecostés. Con la ayuda de esta fuerza, Santiago no se echó para atrás cuando llegó el momento del testimonio supremo: al inicio de los años 40 del siglo I, el rey Herodes Agripa, como informa san Lucas, “hizo morir por la espada a Santiago” (Hch 12, 1-2).
Una tradición posterior, que se remonta al menos a san Isidoro de Sevilla, habla de una estancia suya en España para evangelizar esa región del imperio romano. Otra tradición afirma que su cuerpo habría sido trasladado a España, a la ciudad de Santiago de Compostela, lugar que se convirtió en objeto de peregrinación desde distintas partes del mundo.
De Santiago podemos aprender muchas cosas: la prontitud para responder generosamente a la llamada del Señor y seguirlo con fidelidad, incluso cuando nos pide que dejemos la “barca” de nuestras seguridades humanas; la disponibilidad para dar testimonio de Él con valentía. Siguiendo a Jesús como Santiago, sabemos, incluso en medio de las dificultades, que vamos por buen camino.