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Santos Mexicanos: San José Isabel Flores Varela

Según la Arquidiócesis de Puebla:

San José Isabel Flores VarelaNació en San Juan Bautista del Teúl, Zacatecas, el 28 de noviembre de 1866. De humilde origen, ingresó adolescente al seminario conciliar de Guadalajara, donde destacó por su aplicación a los estudios.

Ordenado presbítero el 26 de julio de 1896, vivió la integridad de su ministerio haciendo opción por la pobreza. Fue obediente y aprendió a dominar su temperamento. Elocuente, edificaba con su palabra y con el testimonio de su vida limpia, abnegada y fecunda.

Particulares cuidados dedicó a los enfermos. Adscrito a la parroquia de Zapotlanejo, Jalisco, desde 1900, con residencia en Matatlán. Durante la persecución religiosa, a partir de 1926, se negó a abandonar a sus feligreses. El presidente municipal de Zapotlanejo, J. Rosario Orozco puso precio a la vida del clérigo. Nemesio Bermejo, ex seminarista protegido del padre, reveló su paradero. El 18 de junio de 1927, J. Rosario Orozco en persona lo aprehendió y lo condujo a Zapotlanejo, dándole por cárcel el curato, convertido en cuartel.

Allí lo mantuvo, atado de las axilas, en un retrete, durante tres días y tres noches, sin permitirle comer o beber, a fin de obligarlo a aceptar la Ley Calles. Para aumentar la tortura, Orozco dispuso se interpretaran melodías populares junto a la improvisada prisión. De vez en cuando decía a su víctima: Oye qué bonita música, lo único que necesitas es firmar esto para quedar libre –refiriéndose a un escrito de adhesión a las disposiciones anticlericales–. La respuesta del padre Flores fue siempre la misma: “Yo voy a oír una música más bonita en el Cielo”. Durante su prisión, se permitió la visita de una hermana del sacerdote. ¡Ay, hermanito, cómo te tienen!, exclamó compadecida. “Dios así quiere que esté; que se haga su voluntad”, fue la respuesta.

Entre la una y dos de la madrugada del día 21 de junio fue trasladado al cementerio municipal por una escolta de militares. Elegido un árbol, echaron una reata en una de sus ramas y lazaron por el cuello al padre, comenzando un refinado tormento: subirlo, hasta casi asfixiarlo, bajándolo luego para que respirara. Cansados de la operación, advirtieron que no le pasaba nada. Él mismo dijo a sus verdugos: “Hijos, así no me van a matar, yo les voy a decir cómo, pero antes sepan que si alguno de ustedes recibió de mi algún sacramento, no se manche las manos”.Uno del grupo dijo: yo no meto las manos, el padre me dio el Bautismo. Su jefe, muy indignado, le advirtió: Te matamos a ti también. –Pues no le hace; yo muero junto con mi padrino– y de un balazo le quitaron la vida. Se dispuso la ejecución. El padre José Isabel distribuyó sus pocas pertenencias entre los verdugos, quienes se dispusieron a fusilarlo; para sorpresa de todos, las armas no hicieron fuego. Para no frustrar el acto, Anastasio Valdivia, incondicional de J. Rosario Orozco, lo degolló. Consumado el crimen, su cuerpo fue sepultado allí mismo. Sus restos se conservan en Matatlán, Jalisco.


Según la Arquidiócesis de Jalisco:

Nació en El Teúl, Zac. el 20 de noviembre de 1866
Murió en Zapotlanejo, Jal. el 21 de junio de 1927
Sus restos se encuentran en Matatlán, Jal.

Durante la suspensión del culto público, muchos obispos y sacerdotes mexicanos se concentraron en las ciudades importantes o en el extranjero; otros, muy pocos, decidieron arriesgarlo todo permaneciendo en sus circunscripciones territoriales. Ese fue el caso del Beato José Isabel, cuya fe, esperanza y caridad, constantes en su vida personal, lucen sobre manera en su martirio; en estado de persecución religiosa siguió atendiendo a los fieles, tanto en la cabecera de la Vicaría, como en numerosos ranchos.

El Padre Flores administraba los sacramentos con toda cautela en domicilios particulares, pues ser denunciado a la autoridad pública equivalía a aprehensión, tortura y muerte.

Precisamente un protegido suyo, Nemesio Bermejo, denunció su paradero al presidente municipal de Zapotlanejo, Jalisco, Rosario Orozco, cacique de la región y anticlerical furibundo. La madrugada del 13 de junio de 1927, Orozco y un grupo de subordinados, sorprendieron al Beato Flores Varela, mientras se dirigía del rancho La Loma de las Flores a Colimilla, donde se disponía a celebrar la Eucaristía.

Fue despojado de su cabalgadura y sin consideración a sus 60 años de edad, fue obligado a caminar sin tregua una distancia considerable. En el curato de Zapotlanejo, transformado en cuartel, se representó una farsa de juicio, Orozco le ofreció liberarlo si aceptaba públicamente y por escrito, la ley reglamentaria del Artículo 130 de la Constitución; el padre Flores rechazó la oferta.

La mañana del 21 de junio, luego de ocho días de agresiones, cuatro subordinados de Orozco condujeron a la víctima al cementerio de esa municipalidad; deslizaron una reata a la rama de un árbol y le lazaron el cuello; para atormentarlo lo suspendían hasta casi provocarle la asfixia; la operación se repitió tres o cuatro veces para finalmente amagarlo con sus armas.

El mártir, muy sereno, les dijo: Así no me van a matar hijos, yo les voy a decir cómo; pero antes quiero decirles que si alguno recibió de mi algún sacramento, no se manche las manos. Uno de los presentes, el que debía ejecutarlo, exclamó: Yo no meto las manos, el Padre es mi padrino; él me dio el Bautismo. El que hacía de jefe, muy indignado, lo increpó: Te matamos también a ti. El soldado prefirió morir junto con su padrino y allí mismo lo asesinaron.

Muy nerviosos, los verdugos quisieron consumar su obra, pero sus armas, sin justificación alguna, se trabaron. Finalmente, alguien deseoso de congraciarse con Orozco, degolló al padre Flores con un machete, hecho lo cual, lo sepultaron de inmediato.

Después de algunos años, los feligreses de Matatlán exhumaron los restos mortales del sacerdote, colocándolos en el Templo de Matatlán, donde se conservan hasta el día de hoy. Su recuerdo sigue vivo y son muchos quienes se encomiendan a su intercesión, pues su muerte fue considerada un verdadero martirio.

Nació en El Teúl, Zacatecas, el 20 de noviembre de 1866. Fue adscrito a varias parroquias y trasladado finalmente a Matatlán, donde permaneció hasta su muerte.

Amable, cariñoso, atento, ordenado y puntual, nunca regañaba ni trataba a nadie con desdén; era, además, estudioso y culto.

Una severa infección en la mandíbula le desfiguró el rostro, motivo por el cual se dejó crecer una luenga barba, que imprimía respetabilidad a sus facciones.

Su humildad, abnegación y sabiduría, su ministerio oportuno y caritativo, le merecieron convertirse, durante 25 años, en el alma de Matatlán.

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