
Devoto de la Virgen María, la honraba con particular lucimiento durante las fiestas marianas. Promotor de acción social, cuidó con esmero de la escuela parroquial, algunas obras de beneficencia, fundó una cooperativa de consumo y el círculo de Obreros Guadalupanos.
Cuando la persecución religiosa aconsejaba huir para salvar la vida, el padre Méndez decidió ocultarse y seguir trabajando en la clandestinidad: celebraba la misa al rayar el alba, visitaba a los enfermos durante el día y por la noche bautizada a los niños en los domicilios particulares. En distintas ocasiones manifestó sus deseos de recibir el martirio: “A quien le toque morir así, será una dicha”.
La madrugada del 5 de febrero de 1928, terminaba de celebrar la misa en uno de los anexos del curato, al escuchar las descargas de la fusilería del ejército federal, a cargo de un coronel de apellido Muñoz, que se posesionaban de Valtierrilla. Ocultó el Copón con el sagrado depósito bajo la tilma que le servía de abrigo e intentó escapar, pero en ese intento fue aprehendido por los soldados que ya ocupaban el edificio.
Al descubrirle el copón le preguntaron: ¿Es usted cura? A lo cual les respondió: Sí, soy cura. Y añadió: A ustedes no les sirven las Hostias consagradas; dénmelas. Después de unos instantes de recogimiento, arrodillado, las consumió. Acto continuo, uno de los soldados lo conminó: Déle esa joya a las viejas, refiriéndose a la hermana del ministro y a la sirvienta. «Cuídenlo y déjenme, es la voluntad de Dios,» manifestó el padre como despedida. Luego, dirigiéndose a los soldados, dijo: “Ahora, hagan de mí lo que quieran. Estoy dispuesto”. Y sus labios se sellaron.
Una escolta lo condujo a una calle próxima a la plaza del pueblo. Lo sentaron a horcajadas en una viga de madera, sostenido por dos soldados; el capitán Muñiz intentó dispararle a quemarropa, pero su pistola se trabó. Ordenó a los soldados que le dispararan con sus rifles; tres veces lo intentaron, pero ningún disparo hizo blanco. El oficial ordenó al prisionero que se pusiera de pie; lo despojó de su sotana y de un crucifijo y algunas medallas que llevaba consigo; lo colocó junto a unos magueyes y de nuevo le disparó, quitándole la vida. Eran las siete de la mañana del día 5 de febrero de 1928. Sus restos se guardan en Valtierrilla, Guanajuato.