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Santos Mexicanos: San Mateo Correa Magallanes

San Mateo Correa MagallanesNació en Tepechitlán, Zacatecas el 23 de julio de 1866. Carente de recursos económicos, gracias a la generosidad de algunos bienhechores, inició los estudios de primaria en Jerez, Zacatecas, y los concluyó en Guadalajara, Jalisco en 1879.

Dejó la capital de Jalisco en enero de 1881 para ingresar al seminario conciliar de Zacatecas.

Ordenado presbítero el 20 de agosto de 1893, tuvo muchos destinos: la Hacienda de Mezquite; la Hacienda de Trujillo; la capellanía de San Miguel, en Valparaíso, Zacatecas; Vicario cooperador de este mismo lugar y capellán de Mazapil, Zacatecas; Párroco en Concepción del Oro, Zacatecas; Colotlán, Jalisco; Noria de los Angeles, Zacatecas; Huejúcar, Jalisco; Guadalupe, Zacatecas; Tlaltenango, Zacatecas. En 1923 regresó a Colotlán donde además fue vicerrector del Seminario conciliar.

Párroco insigne, se entregó con entusiasmo a su ministerio. Notable predicador, sus palabras movieron a muchos a la reconciliación; a su entusiasmo se debe el crecimiento progresivo de comités de la A.C.J.M., en aquella región.

Abrumado por el trabajo y necesitado de un refugio, en diciembre de 1926 aceptó hospedarse en una casa de campo. El 30 de enero siguiente, una partida de soldados del ejército federal, a las órdenes del mayor José Contreras, atendiendo la denuncia de José Encarnación Salas, arrestó al párroco. Conducido a Fresnillo, Zacatecas, se le recluyó en la inspección de policía y, posteriormente, en la cárcel municipal. Cuatro días después, fue remitido a Durango.

El 5 de febrero fue internado en la sede del Seminario conciliar, convertida en jefatura militar. Horas más tarde compareció ante el general Eulogio Ortiz, quien, sin más, le ordenó: «Primero va usted a confesar a esos bandidos rebeldes que ve allí, y que van a ser fusilados; después ya veremos qué hacemos con usted. El párroco aceptó de buen grado asistir a los condenados, a quienes alentó a bien morir. Cumplida su misión, el general Ortiz le dijo: “Ahora va usted a decirme lo que esos bandidos le han dicho en confesión”.–Jamás lo haré–  fue la respuesta. – ¿Cómo que jamás? Voy a mandar que lo fusilen inmediatamente. –Puede hacerlo, pero no ignora usted, general, que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. Estoy dispuesto a morir.

La madrugada del día siguiente, 6 de febrero, un grupo de soldados lo trasladó al panteón oriente. Antes de llegar, en un paraje solitario y cubierto de hierba, le quitaron la vida y abandonaron el cadáver, el cual permaneció insepulto tres días. Hoy sus reliquias se conservan en la Catedral de Durango.

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