
Dejó la capital de Jalisco en enero de 1881 para ingresar al seminario conciliar de Zacatecas.
Ordenado presbítero el 20 de agosto de 1893, tuvo muchos destinos: la Hacienda de Mezquite; la Hacienda de Trujillo; la capellanía de San Miguel, en Valparaíso, Zacatecas; Vicario cooperador de este mismo lugar y capellán de Mazapil, Zacatecas; Párroco en Concepción del Oro, Zacatecas; Colotlán, Jalisco; Noria de los Angeles, Zacatecas; Huejúcar, Jalisco; Guadalupe, Zacatecas; Tlaltenango, Zacatecas. En 1923 regresó a Colotlán donde además fue vicerrector del Seminario conciliar.
Párroco insigne, se entregó con entusiasmo a su ministerio. Notable predicador, sus palabras movieron a muchos a la reconciliación; a su entusiasmo se debe el crecimiento progresivo de comités de la A.C.J.M., en aquella región.
Abrumado por el trabajo y necesitado de un refugio, en diciembre de 1926 aceptó hospedarse en una casa de campo. El 30 de enero siguiente, una partida de soldados del ejército federal, a las órdenes del mayor José Contreras, atendiendo la denuncia de José Encarnación Salas, arrestó al párroco. Conducido a Fresnillo, Zacatecas, se le recluyó en la inspección de policía y, posteriormente, en la cárcel municipal. Cuatro días después, fue remitido a Durango.
El 5 de febrero fue internado en la sede del Seminario conciliar, convertida en jefatura militar. Horas más tarde compareció ante el general Eulogio Ortiz, quien, sin más, le ordenó: «Primero va usted a confesar a esos bandidos rebeldes que ve allí, y que van a ser fusilados; después ya veremos qué hacemos con usted. El párroco aceptó de buen grado asistir a los condenados, a quienes alentó a bien morir. Cumplida su misión, el general Ortiz le dijo: “Ahora va usted a decirme lo que esos bandidos le han dicho en confesión”.–Jamás lo haré– fue la respuesta. – ¿Cómo que jamás? Voy a mandar que lo fusilen inmediatamente. –Puede hacerlo, pero no ignora usted, general, que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión. Estoy dispuesto a morir.
La madrugada del día siguiente, 6 de febrero, un grupo de soldados lo trasladó al panteón oriente. Antes de llegar, en un paraje solitario y cubierto de hierba, le quitaron la vida y abandonaron el cadáver, el cual permaneció insepulto tres días. Hoy sus reliquias se conservan en la Catedral de Durango.