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Santos Mexicanos: San Margarito Flores García

San Margarito Flores GarcíaNació en Buenavista de Cuéllar, Guanajuato, el 29 de diciembre de 1888. En 1902 se matriculó en el Seminario conciliar de Chilapa. Ocurrente sin ser grosero o insidioso, unió su índole inquieta a una sólida piedad.

Despierto y dedicado, alcanzaba sin engreimiento los primeros lugares en concursos y exámenes públicos.

Nació en Taxco de Alarcón, Guerrero el 22 de febrero de 1899. De humilde condición, ingresó al Seminario conciliar de Chilapa, mereciendo por su lucidez intelectual numerosos diplomas y menciones honoríficas.

Presbítero desde el 5 de abril de 1924, catedrático del seminario y, poco después, ministro de la parroquia de Chilpancingo, Guerrero, se le recuerda serio sin ser adusto, atento y amable con todos, siempre dispuesto a servir con humildad y sacrificio.

Rotas las relaciones entre el Estado mexicano y la Iglesia católica, en 1926, fue trasladado a Tecalpulco, Guerrero. A poco de llegar, tuvo que refugiarse en las montañas en una travesía de muchas horas para salvar la vida. Pernoctando en el campo, sin probar alimento, llegó a la casa paterna, en Taxco.

En los primeros días de 1927 se trasladó a la ciudad de México. En esa metrópoli se incorporó a las labores de la resistencia pacífica de los católicos y a perfeccionar sus aptitudes artísticas tomando un curso de pintura en la Academia de San Carlos.

En junio de ese año fue recluido en los separos de la inspección general de policía, a cargo del general Roberto Cruz. Durante su estancia en ese lugar atendió espiritualmente a los detenidos.

En octubre regresó a Chilapa. La víspera de su partida ofreció, durante la Misa, su vida y sangre por México. En su Diócesis lo hicieron vicario sustituto de la parroquia de Atenango del Río, Guerrero. De inmediato dispuso su partida. Pernoctó la primera noche en Tulimán, Guerrero. Al día siguiente, el comisario de ese lugar, J. Cruz Pineda, le proporcionó un guía para que lo condujera a su destino. Apresado por un destacamento del ejército federal, un capitán de apellido Manzo, después de interrogarlo, lo remitió a Tulimán. En el trayecto lo dejaron en ropa interior, descalzo, atado de las manos y caminando a pie llegó a Tulimán.

La mañana del 12 de noviembre de 1927, el capitán Manzo ordenó que a las once horas se ejecutara al reo. En el improvisado paredón oró en silencio; uno de los soldados le pidió perdón. El mártir contestó: “No sólo te perdono, también te bendigo”. En pie, viendo de frente a sus verdugos, se negó a que le vendaran los ojos, recibió la mortal descarga. El cadáver fue abandonado en ese lugar. En 1946, a instancias de la familia, los restos fueron trasladados a la capilla del Señor de Ojeda, en Taxco.

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