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Santos Mexicanos: San Toribio Romo González

Según la Arquidiócesis de Puebla:

Santo Toribio Romo GonzálezNació en el municipio de Jalostotitlán, Jalisco, el 16 de abril de 1900. A los 13 años ingresó al seminario auxiliar de San Juan de los Lagos, donde destacó por su aplicación a los estudios, sus virtudes cristianas y su interés en la promoción de obras católico–sociales. Se ordenó presbítero el 23 de diciembre de 1922.

Fue destinado como vicario de Sayula, Jalisco, después de Tuxpan y de Yahualica, Jalisco. Siendo vicario parroquial de Cuquío, Jalisco, durante la persecución, sufrió junto con su párroco, don Justino Orona, una vida difícil, arriesgando a cada paso la existencia; no obstante se entregó a su ministerio con generosidad y alegría. En septiembre de 1927 fue destinado a la parroquia de Tequila, ocultándose en un lugar conocido como Aguacaliente, en las instalaciones abandonadas de una fábrica de licor; allí, con celo y fervor admirables, ejerció su ministerio, asistido por su hermano carnal Román, presbítero. Aunque “sentía miedo”, estaba dispuesto a morir por Cristo. “¡Yo soy cobarde –escribió–, pero si algún día Dios quiere que me maten, nomás le pido que me mande una muerte rápida, con sólo el tiempo necesario para pedir por mis enemigos!”.

El 24 de febrero de 1928, después de la Misa, dijo a su hermana María: Si vienen a buscarme diles que estoy ocupado. Sólo que se trate de algún enfermo me hablas; quiero poner todo al corriente. Así pasó todo el día y la noche. Su hermana le pidió: «Acuéstate un rato; mañana acabarás», pero él se negó.

La víspera de su muerte, después de entregar a su hermano Román, en sobre sellado, un escrito, le pidió atender algunos menesteres en la ciudad de Guadalajara. Sin interrupción ordenó cuidadosamente las actas de los libros parroquiales, hasta el día siguiente, sábado 25. A las cuatro de la madrugada fue al oratorio para oficiar la Misa, pero sus ojos estaban cargados de sueño: «Creo no poder celebrar –dijo a su hermana–, me domina el sueño; voy a dormir un poco». Una hora después, un grupo de soldados y de paramilitares agraristas sitiaron el lugar y se introdujeron en su habitación. Uno de ellos, Pedro Mariscal, lo identificó:  «Éste es el cura; mátenlo»; la exclamación despertó al padre Toribio; sentado en el borde del camastro alcanzó a decir: «Sí soy, pero no me maten…» y la frase quedó interrumpida por una descarga cerrada y los gritos: ¡Muera el cura! Agonizante, el padre Toribio pudo caminar algunos pasos; recibió una segunda descarga y cayó exánime en brazos de su hermana María, que con voz fuerte le dijo: «Valor, Padre Toribio. ¡Jesús Misericordioso, recíbelo! ¡Viva Cristo Rey!» Después de vejar el cadáver del sacerdote, lo trasladaron a Tequila, arrojándolo en medio de la plaza. A María, hermana de la víctima la condujeron atada, a pie, hasta la misma población, impidiéndole hacerse cargo del cadáver de su hermano. Los restos del padre Toribio se conservan en Santa Ana de Guadalupe, municipio de Jalostotitlán, Jalisco.


Según la Arquidiócesis de Jalisco:

Nació en Santa Ana de Guadalupe, Jal. el 16 de abril de 1900
Murió en Tequila, Jal. el 25 de febrero de 1928
Sus restos se encuentran en Jalostotitlán, Jal.

Precisamente cuando la guerra de los Cristeros estaba en su apogeo, el Padre Toribio Romo González, quien había recibido muy joven la orden sacerdotal el 23 de diciembre de 1922, recibió la encomienda de la Parroquia de Tequila, lo cual no era una misión apetecible ya que el municipio era entonces uno de los lugares donde las autoridades civiles y militares más perseguían a los sacerdotes.

No se intimidó por ello y localizó una antigua fábrica de tequila que se encontraba abandonada cerca del rancho Agua Caliente, la utilizó como refugio y lugar para seguir celebrando misas.

Su gran amor a la Eucaristía le hacía repetir con frecuencia esta oración: Señor, perdóname si soy atrevido, pero te ruego me concedas este favor: no me dejes ni un día de mi vida sin decir la Misa, sin abrazarte en la Comunión… dame mucha hambre de Ti, una sed de recibirte que me atormente todo el día hasta que no haya bebido de esa agua que brota hasta la Vida Eterna, de la roca bendita de tu costado herido. ¡Mi Buen Jesús!, yo te ruego me concedas morir sin dejar de decir Misa ni un solo día.

Así ocurrió hasta el día de su muerte, cuando fue sorprendido durante un descanso que tomó antes de celebrar la misa.

Días antes, administró la Primera Comunión a un grupo de 20 niños que él mismo preparó; celebró la Misa con fervor extraordinario y, a la hora de impartir la Sagrada Comunión, pidió a los neocomulgantes reiteraran su fe y su amor a Jesucristo y pidieran por la paz de la Iglesia. Estaba muy emocionado, y mientras sostenía en sus manos temblorosas la Sagrada Hostia, dijo en voz alta: ¿Aceptarás mi sangre, Señor?. Las lágrimas le impidieron continuar; cuando pudo pronunciar palabra, repitió la frase: ¿Y aceptarás mi sangre Señor, que te ofrezco por la paz de la Iglesia?.

Asimismo, el jueves 23 de febrero de 1928, prácticamente se despidió de su hermano el Padre Román, con quien celebró el Santo Sacrificio para después confesarse con él, y pedirle su bendición, antes de irse le entregó una carta con el encargo de que no la abriera sin orden expresa.

El Padre Toribio presentía su muerte. El viernes siguiente, después de haber celebrado la Santa Misa, quiso poner todo al corriente. Invirtió esa jornada arreglando las cuentas de la parroquia; hasta en la tarde interrumpió el trabajo para rezar el Rosario y el Oficio Divino; por la noche terminó la documentación relativa a los Matrimonios y Bautismos, concluyendo la madrugada del sábado. A las cuatro de la mañana pensó celebrar la misa para luego acostarse, pero lo reconsideró y optó por dormir un rato para después celebrar mejor.

Una hora más tarde, una tropa compuesta por soldados federales y agraristas, avisados por un delator, sitió el lugar, brincaron las bardas y tomaron las habitaciones del señor León Aguirre, encargado de la finca. Al verlo, un agrarista dijo: Este no es el Cura; enseguida ocuparon la habitación donde reposaba el Padre Toribio. Uno de la tropa, retirándole el brazo que le ocultaba el rostro, gritó: Este es el Cura, ¡Mátenlo!. La exclamación despertó al sacerdote, quien, sorprendido, atinó a decir: Si soy, pero no me maten… Ni siquiera pudo terminar la frase, lo acribillaron los rifles de sus verdugos, que acompañaban de insultos sus proyectiles. El Padre Toribio, herido de muerte, pudo dar algunos pasos, hacia la puerta de ingreso; una segunda descarga lo hizo caer para no levantarse más. En esos momentos, su hermana corrió hacia él, lo tomó entre sus brazos y con voz fuerte lo dijo: Valor, Padre Toribio… ¡Jesús Misericordioso, recíbelo! ¡Viva Cristo Rey!. Con una última mirada se despidió el Padre Toribio de la entrañable hermana que le llevó al sacerdocio y lo asistió en el martirio.

Soldados y agraristas desnudaron a su víctima. María fue hecha prisionera; a pie y descalza se le condujo hasta un calabozo en el mismo lugar.

Días después del doloroso acontecimiento, el Padre Román recordó la carta última de su hermano Toribio. Esto fue lo que leyó: Padre Román, te encargo mucho a nuestros ancianitos padres; haz cuanto puedas por evitarles sufrimientos. También te encargo a nuestra hermana Quica, que ha sido para nosotros una verdadera madre.

Veinte años después de su sacrificio, los restos del mártir Toribio Romo regresaron a su lugar de origen, y fueron depositados en la capilla construida por él, en Jalostotitlán.

Toribio Romo nació en Santa Ana de Guadalupe, caserío de Jalostotitlán, Jalisco, el 16 de abril de 1900 y a los 21 años de edad debió solicitar dispensa de edad a la Santa Sede antes de proceder a la recepción del orden presbiteral.

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