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"Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados"

¿Quién no se ha sentido fatigado y agobiado por las propias debilidades, crisis y enfermedades; por los problemas en casa, la escuela y el trabajo; por las injusticias, angustias económicas, violencias y muertes que hay en el mundo? Y quizá hemos intentado “aliviarnos” disfrutando toda clase de sensaciones y emociones, siendo superficiales, usando a los demás y siendo indiferentes con ellos.

Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados (cfr. Mt 11, 25-30) - Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados (cfr. Mt 11, 25-30) – Eugenio Andrés Lira Rugarcía

XIV      DOMINGO ORDINARIO         CICLO A

Pero lo único que conseguimos es hacernos la carga más pesada, la fatiga más profunda y el camino más largo, al perder la identidad, el sentido de la vida y provocar la inequidad, que como señala el Papa: “es raíz de los males sociales”[1]. Por eso, san Gregorio afirma: “Es… una dura carga el estar sometido a las cosas temporales… el querer estar siempre en lo que es inestable…. todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas afligían nuestra alma, nos atormentan después por el miedo de perderlas”[2].

Cuando dejamos que el egoísmo nos guíe, terminamos complicándonos la vida. Como aquél joven recién egresado de la Universidad que llegó a solicitar empleo, exigiendo un sueldo altísimo. “Vas a ganar el triple de lo que pides, te vamos a dar coche equipado y vacaciones pagadas al lugar que elijas”, dijo el entrevistador. “¿Está bromeando?”, exclamó sorprendido el muchacho. A lo que el otro concluyó: “¡Tú empezaste!”.

Al “que busca lo imposible, es justo que lo posible se le niegue”[3], escribe Cervantes. Por eso, para que no nos propongamos lo imposible, en Jesús, Dios, que es misericordioso[4], viene a nosotros para mostrarnos la vida verdadera, plena y eterna que sólo Él puede ofrecernos[5]. Una vida guiada por el Espíritu[6], es decir, por el amor.

Lo único que necesitamos es reconocerlo, con la objetividad que nos da la humildad. Por eso, san Agustín aconseja: “¿Tratas de levantar un edificio…  alto? Piensa primero en la base de la humildad. Y cuanto más trates de elevar el edificio, tanto más profundamente debes cavar su fundamento[7].

Siendo humildes podremos ver con claridad si cargamos lo que debemos, si sabemos cargar y si vamos por el camino correcto. Porque algunas cargas nos las imponemos, como el egoísmo, el hedonismo, el relativismo, el individualismo, el consumismo, la envidia y el rencor. Otras nos llegan y debemos llevarlas irremediablemente, como una enfermedad, un problema y la muerte.

Pero Jesús puede librarnos de la carga del pecado, que llevamos de sobra, y enseñarnos y ayudarnos a llevar correctamente el peso que no podemos evitar, mostrándonos el camino a la vida eterna.Por eso, san Juan Pablo II decía: “Cuando todo se derrumba alrededor de nosotros, y tal vez también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo nuestro apoyo indefectible”[8].

Aprendamos de Jesús a ser más considerados con los demás[9], y tendamos una mano a quienes se sienten agobiados y fatigados por la miseria material o espiritual. Así hallaremos el descanso verdadero y eterno, que tanto andamos buscando.


[1] Evangelii gaudium, 202.
[2] Moralia, 30.
[3] CERVANTES Miguel de, Don Quijote de la Mancha, Ed. Del IV Centenario, Ed. Santillana, México, 2005, 1ª Parte, Cap. XXXIII, p. 344.
[4] Cfr. Sal 144.
[5] Cfr. 1ª Lectura: Zac 9,9-10.
[6] Cfr. 2ª. Lectura: Rm 8, 9.11-13.
[7] Sermones, 69,2.
[8] ¡Levantaos! ¡Vamos!, Ed. Plaza & Janés, México, 2004, p. 170.

[9] Cfr. SAN HILARIO, In Matthaeum, 11.

Fuente.

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